martes, 2 de marzo de 2010

Capítulo Segundo: El placer de las yemas prohibidas

La niña a la que cuido tiene tres años y unos padres maravillosos que se encargan de que todo lo que rodea a su hija sea perfecto. Entre otras, una de esas perfecciones es la alimentación diaria, de la cual me encargo yo en parte. En cada una de sus comidas podemos encontrar la cantidad adecuada para su peso y edad de cereales y sus derivados, verduras, frutas y hortalizas, carnes, pescados, legumbres y huevos, y lacteos. Es decir, puedo afirmar que la niña está completa y perfectamente proteinada, vitaminada e hidratada carbónicamente... ;)

Para facilitarme la labor de alimentar a su pequeño retoño, el padre me hizo una pequeña tabla con las comidas que le podía preparar cada día. Lunes: brócoli, carrot, rice and lamb (así de simple, cada cosa en su compartimento del plato especial de plástico que utiliza la niña). Miércoles: green beens, cucumber, potatos and two egg white (no yolk)... Supongo que algunos ya se pueden imaginar el resto de la historia... Para los que no, continuo.

Egg yolk es la yema del huevo y egg white, la clara. A la niña no le gusta el yolk, así que sólo se come la clara, concretamente dos claras de huevo, dos veces por semana, es decir le cocino cuatro huevos a la semana. Cuando me enteré de esto enseguida recordé que una de las dos partes del huevo es tremendamente colesterólica, y aunque me suponía que si el padre había decidido darle a su hija 4 claras a la semana, sería porque el colesterol vendría en la yema. Decidí salir de la duda preguntando al sabio Google, que en apenas unos segundos confirmó mis sospechas. Algunos sentimientos encontrados se apoderaron entonces de mi hemisferio sibarita del cerebro. Si yo debía darle a la niña 4 claras semanales, significaba que por natura, cuatro pequeñas jugosas bolitas amarillas quedarían desamparadas si alguien no decidía hacer uso de ellas. Yo era realmente la única persona que podría salvar a esas yemas de un fín catastrófico en la basura, pero por otro lado era conciente de que quizá no fuera del todo adecuado para mi salud y mis niveles de colesterol dar rienda suelta a tan primario deseo.

Después de cuatro semanas en la casa, quizá vaya siendo hora de hacerme un nuevo análisis de sangre, porque por supuesto, y como podrán imaginar, no he podido resistirme al placer de meterme esas pequeñas maravillosas bolitas en mi boca cada vez que toca hervirle un huevo a la niña. Con los días he aprendido a no dejarlo ocho minutos,sino apenas seis, para que la bolita no quede del todo sancochada, y poder sentir como rompe y se extiende el líquido por todos los rincones de la boca... es algo que no se puede explicar con palabras, por ello no me queda más que invitarles a que prueben ustedes también a vivir el placer de las yemas prohibidas... :D

4 comentarios:

  1. Vaya! Supongo que de ti fue de quien aprendí a comerme primero la clara y dejar las yemas prohibidas para el final.

    Suele pasar que cuando alguien me ve cortando con tanto esmero el borde del egg yolk, me pregunta que si es que no me gusta... para la próxima vez diré que lo que pasa es que el colesterol se concentra en la parte dorada, y que si te la comes aparte sabe aun más rica!

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  2. parece que celena y yo compartimos algo más que el pel rubio....odiamos las yemas!!!!!!! todas pa ti helesterol!

    Litre ;)

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  3. Te estas revelando como una gran escritora, nos ha hecho mucha gracia, nos hemos reido mucho en familia, aunque cuando empezó el tema del huevo algunos imaginamos lo que iba a suceder, en estos tiempos de crisis no se puede permitir tirar lo mas preciado del huevo a la basura, oh¡
    esperamos proxima entrega con interes, gracias helena.
    familia reyes-villalba

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  4. Hele!a ver si consigo enviarte el mensaje que esto no me deja!!a ver si ahora... me alegra encontrarte por estos derroteros :D ya te he enlazado desde mi blog que por cierto estrena nuevo look!! ;) así que a partir de ahora te sigo la pista!! un besito enorme y échate un par de yemas a mi salud!!la mejor parte del huevo! :)

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