No tengo una imagen precisa de la
primera vez que vi a Leopoldo. Le recuerdo de siempre, por las calles de mi
barrio, caminando con su paso cansino y arrastrado, y bajandose de taxis en la
zona del Obelisco. No le conocía y no sabía quién era, pero me llamaba la
atención que una persona con esas pintas desaliñadas y desgastadas usara tan a menudo
taxi. Más tarde supe que esos táxis eran para él ángeles con ruedas, que lo
llevaban de su infierno particular a su refugio de calles, bancos, cafeterías y
amigos.
Lo que sí recuerdo bien fue cuando
Leopoldo y yo tuvimos nuestro primer contacto, hace ya una década. Yo debía
llevar 10 kilos menos que ahora, y él 10 kilos más que en sus últimos años. Andaba
despistada pidiendo algo en la barra del bar de Magisterio y Humanidades cuando
de pronto sentí un dedo caliente y áspero empujando mi hombro, a mi costado. Me
giré y vi una cara transformada por la carcajada, esa carcajada que tantos años
seguí escuchando y que pretendiendo ser maléfica no podía estar más cargada de
ternura y melancolía. Poco después de ese encuentro casual, comenzaron los días
de Esdrújulo, y ese señor peculiar que hacía su siesta en los bancos de los
parques de Arenales, se convirtió en un amigo muy especial.
Fueron muchos los años, las
tardes, las horas, que compartimos en ese pequeño refugio del mundo lleno de
personajes insospechados llamado Esdrújulo. Fueron muchos los momentos y las
anécdotas que nuestro querido Pane nos regaló.
Elsa y yo, en la inocencia de
quien comienza a asomarse al mundo, no pudimos ver en Pane más que al hombre
sensible, bromista, pícaro y tierno que teníamos delante. Su compañía diaria,
sus costumbres, su modo de convertir lo banal en chiste, no nos dejaban ver al
poeta más importante de España de su generación, pero nos permitía tratarlo con
ternura, cuidarlo y ponerle el límite a tiempo para que no se pasara de la raya
con sus bromas y su naturalidad.
La cantidad de personas que
entraban en Esdrújulo preguntando por Panero, lo solicitado que estaba muchas
de las tardes con jóvenes y no tan jóvenes poetas que precisaban de su
valoración y aprecio, nos hacía ver también al Panero poeta, al Panero hijo de
su padre y hermano de sus hermanos, al Panero genio y al Panero olvidado
persona por su propio nombre y por su propia historia.
Son tantas y tantas las anécdotas
que vivimos con Pane, tantos los momentos compartidos, las épocas diferentes
(las de la leche, las de la tónica, las del aguamineral sanantónypunto, las de
Félix Caballero, las de Pilar Corcuera, las de Marina y Fran, las de Adrián El
Niño, las de Bumbury, las de Tanina…), que ahora solo deseo mantenerlas vivas
para siempre, y que no caigan al olvido por el desuso.
Adolfo era el amo, Elsa: Yelsina,
una mosquita y yo Pietrina, era una hormiga. El padre de Elsa era Guardia
Civil. También había una gata mala. Ese era el mundo que Panero inventó para
nosotros. Y nosotros jugamos en él y nos deleitamos de su genialidad disfrazada
de locura.
Y en los periódicos dicen que
murió el Poeta Leopoldo María Panero. Pero murió también Pane, el amigo, y ese
es el que no me quito de la cabeza porque no se cómo pasó sus últimos días y si
hubo alguien a su lado que lo acompañara en la muerte que tantas veces nombró
en su poesía, desde aquella vez que con cinco años recitó: “mi corazón temblaba
y no era un sueño/ fueron muriendo todos los soldados de la guardia del rey/ y
mi corazón seguía temblando”.
Mi más sentido pésame Helena!! un beso grande.
ResponderEliminarQuerida Helena, se que el dolor y la incertidumbre sobre sus ultimos días te embargan, siento tanto no estar contigo para acompañarte. Muchos besos.
ResponderEliminarMaravilloso, gracias por tan gran texto, los que no le conocimos en persona sentimos su perdida también, por su poesía y por esa vida que se le notaba en fotos en las que se le ve sonreír de forma tan increíble.
ResponderEliminarBravo Helena, no te podía haber salido más bordado. Muy sentido, muy poético y muy real. Se nota la gran admiración que le tenías y lo mucho que lo apreciabas. Una buen relato poético destinado In Memoriam a todo un gran poeta.
ResponderEliminarUn saludo, Armando